sábado, 27 de noviembre de 2010

Ricardo Luque - Revolución


Revolución

César Ricardo Luque Santana

En esta ocasión abordaré el concepto de “revolución” sin acotarlo a la revolución mexicana ni a ninguna otra revolución del tipo que fuere, aunque de algún modo el tema surge a propósito del centenario de ésta o en el marco de la misma. Se me pidió que hablara del concepto en sí mismo, de sus diversas manifestaciones y consecuencias, pero sin restringirlo deliberadamente a un ámbito específico. Esto como parte de una invitación que se me hizo para participar en un panel sobre este tópico en un programa radiofónico del Programa Académico de Filosofía llamado “Filosofía para Todos”, el cual se transmite a través de Radio UAN.

De entrada se puede decir que el concepto de revolución no es privativo de las ciencias sociales sino que también ha sido utilizada en el campo de la filosofía. Por revolución se puede entender un cambio abrupto, un salto cualitativo o una ruptura relativamente radical de un determinado orden social o modelo teórico –según sea el caso- para instaurar otro supuestamente superior. Ahora bien, esta estabilización (nuevo orden o modelo) corre el riesgo con el tiempo de anquilosarse o desgastarse al grado de traicionarse a sí mismo o volverse obsoleto.

En el terreno de lo social, el concepto de revolución se puede apreciar en varias de sus disciplinas, como la economía, lo que nos remitiría a la Revolución Industrial de mediados del siglo XVIII hasta principios del siglo XIX en Inglaterra, hasta la incesante y vertiginosa revolución tecnológica de nuestros días. Sin embargo, en esta ocasión me centraré solamente en el ámbito de la política.

En este último, la revolución se llegó a distinguir de la reforma, la cual presupone un cambio gradual y pacífico de conquistas sociales a través de procesos legislativos y de la obtención del gobierno mediante el sufragio. Así, desde principios del siglo XX, se distinguió en el movimiento social o lucha de clases dos estrategias muy diferenciadas en torno al poder: una, la postura revolucionaria que se proponía el asalto al poder para transitar a un orden social supuestamente superior al capitalismo; y dos, la postura reformista o socialdemócrata que pugnaba por cambios graduales desde el sistema mismo mediante logros parciales pero sostenidos. Sin embargo, desde hace algunas décadas, con el advenimiento y consolidación del neoliberalismo, esta distinción perdió valor e incluso se dio una resignificación del concepto de revolución al grado de que en los inicios del neoliberalismo en la era de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, se hablaba de una “revolución conservadora”. Incluso, los gobernantes comunistas de los países de Europa del Este (la Nomenklatura o burocracia), eran tachados de conservadores, mientras que los “renovadores” eran supuestamente “revolucionarios”. Por cierto, hay que distinguir dos etapas de la disidencia de estos países presuntamente socialistas: la primera referida a los intentos de transformaciones pacíficas de un socialismo autoritario a uno democrático (Hungría 1956 y Checoslovaquia 1968), cuyos movimientos fueron aplastados por los tanques soviéticos y, la más reciente que restauró el capitalismo cuyo momento emblemático fue la caída del Muro de Berlín (1989)

Asimismo, se suele distinguir entre la revolución social y la revolución política, dando a entender que hay una diferencia de grado donde la primera es más profunda y radical porque implica cambios estructurales, mientras la segunda es más superficial o moderada porque no transforma de manera más radical las estructuras existentes. En este caso sería más bien un cambio de régimen político porque se movería dentro del marco del modelo económico y social prevaleciente. La revolución mexicana sería representativa de este último caso, mientras que la revolución francesa o la revolución cubana (toda proporción guardada), aludirían a la primera definición.

Las revoluciones también se han identificado con la violencia, con la insurrección armada, pero una revolución social y/o política no implica necesariamente la mediación de la violencia en el sentido de lucha armada organizada, aunque siempre existe algo de violencia porque quienes detentan el poder no ceden a las exigencias de cambio sin oponer resistencia y por ende recurren a la represión. No obstante, han existido revoluciones pacíficas también llamadas las llamadas “revoluciones de terciopelo” que han permitido transitar de manera pacífica de un régimen político a otro, trastocando a veces para bien o para mal las condiciones materiales de vida de la sociedad.

Desde luego que también se llegó a entender a la revolución en función de su opuesto, la contrarrevolución, y se distingue también a ésta de las revueltas o rebeliones. En el primer caso, los “revolucionarios” se contraponían a los ”reaccionarios”, ahora llamados eufemísticamente “conservadores”. Estos últimos eran y son los defensores del status quo, esto es, de un orden social existente donde una minoría goza de inmerecidos privilegios a costa del sufrimiento de la mayoría provocando una situación de injusticia social. Los reaccionarios o conservadores son en consecuencia los que se niegan al cambio (en el sentido de progreso social, equidad, etc.) porque verían afectados sensiblemente sus intereses económicos y sus privilegios de minoría o elite. En consecuencia, los revolucionarios eran o son el segmento de vanguardia de la sociedad identificado con los grupos sociales marginados en una perspectiva de lucha de clases, que para los que son políticamente correctos ya no existe, aunque curiosamente existan todavía las clases sociales y por lo tanto el dominio de unas sobre otras. Desde luego que la lucha de clase se ha refuncionalizado toda vez que el capitalismo neoliberal se ha reconfigurado de manera drástica.

En el caso del parentesco de los conceptos revolución, rebelión y revuelta, hay una especie de jerarquía en ese orden. Ciertamente un revolucionario es en un momento dado un rebelde, mientras que un rebelde no necesariamente es revolucionario. El subcomandante Marcos se considera un rebelde pero no un revolucionario, mientras los priistas son revolucionarios pero no rebeldes. De hecho es muy simpático por paradójico ser “revolucionario institucional” pues existe una contradicción en los términos. Por último, las revueltas son diferentes como procesos de sublevación a las revoluciones porque tienen un carácter más coyuntural, breve y espontáneo, al menos desde la perspectiva histórica.

En la filosofía se ha hablado de la revolución copernicana de Kant en cuanto a que él ha puesto en claro la relación sujeto-objeto en el conocimiento estableciendo que en éste el sujeto es activo y no pasivo, de manera que no es el objeto en que determina al sujeto sino éste a aquel. No podemos conocer las cosas tal como son en sí mismas porque no podemos saber realmente cómo son. Todo conocimiento está mediado por el sujeto a través de formas a priori (conceptos) o lo que él llama las condiciones de posibilidad de toda experiencia posible. Con ello, Kant se opone al esencialismo de la metafísica clásica e inaugura una nueva metafísica de la mente ya postulada por Descartes y otros racionalistas clásicos.

Con Kant, la historia de la filosofía llega a un punto de inflexión muy importante, no sólo respecto al debate sobre el conocimiento de los racionalistas y empiristas de la época moderna, sino de la metafísica misma, la cual es resignificada por él. Kant es por tanto un parteaguas sin duda del pensamiento filosófico antiguo, medieval y moderno.

En el primer caso (el debate entre racionalista y empiristas) es conocida la síntesis que Kant intenta a través del criticismo que consiste sumariamente en los siguiente: del racionalismo asume el lado activo del sujeto en la construcción del conocimiento; del empirismo admite la irreductibilidad del objeto toda vez que los conocimientos se restringen al ámbito de los hechos, a los límites del mundo físico, sólo que a diferencia de los empiristas establece que hay conocimientos que no pueden ser derivados de la experiencia sino que son a priori, dando lugar a una significación nueva de la metafísica como ciencia en el sentido de un sistema de conocimientos a priori o conceptuales.

Más cercano a nuestros tiempos, se ha hablado mucho de la teoría de las revoluciones científicas de Thomas Kuhn, filósofo de la ciencia adscrito al “racionalismo crítico”, corriente opositora dentro de la filosofía de la ciencia al positivismo que surgió con el Círculo de Viena pero que también rivalizó con el marxismo de la Escuela de Frankfurt. Kuhn explica las revoluciones científicas como rupturas epistemológicas donde el paradigma vigente de la ciencia normal (vigente), es desplazado por una nueva teoría que se incubó en sus márgenes y que termina desplazándola. En este sentido, el conocimiento científico no es una acumulación gradual de conocimientos sino una ruptura; no es una evolución más o menos pacífica sino una revolución análoga a la revolución social o política. Por ejemplo, en astronomía, Copérnico estableció con su teoría heliocéntrica una revolución que desplazó a la teoría geocéntrica de Ptolomeo. Sin embargo, la teoría de Kuhn parece que sólo es aplicable a la física. Al menos así lo sostiene el biólogo y filósofo Ernst Mayr quien en su obra “Así es la biología”, demuestra que al menos para la biología, la teoría kuhniana no aplica porque han coexistido en su seno diversas teorías rivales, si bien admite que “El origen de las especies” de Darwin significó a la postre una gran sacudida (no sólo científica, sino teológica y filosófica), pero que a pesar de todo no hay una delimitación clara en este caso de la transición de un paradigma científico a otro, además del cuestionamiento generalizado a la polisemia del término “paradigma” que Kuhn utiliza, lo que obligó a éste a sustituirla por otro más preciso que llamó “matriz disciplinaria”

Para terminar, en el seno del marxismo, el filósofo francés Louis Althusser interpretó el legado de Marx como una revolución teórica, dándole un toque positivista o cientificista a su interpretación, la cual fue duramente cuestionada entre otros por Adolfo Sánchez Vázquez (ASV) en su obra “Ciencia y Revolución”. Sin entrar en detalles, ASV considera que este enfoque que la interpretación althusseriana de la obra de Marx reduce la praxis a un acontecimiento meramente teórico en detrimento de la práctica revolucionaria.

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